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Uno mismo es un abismo.

Uno mismo es un abismo.
Agua la mar y el cielo, agua en tus ojos y en mi saliva, en el río agua.

martes, agosto 17, 2010

Tres cavilaciones sobre la posibilidad de abandonar un supuesto yo.

"Altazor ¿Por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué angel malo se paró en la puerta de tu 
sonrisa 
con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus
ojos como el adorno de un dios?
¿Por  qué un día de repente sentiste el terror de
ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce
de todos los viento del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar
de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?" 

V. Huidobro



I. Sobre la posibilidad del abandono.

"... creemos que podemos lograr cualquier cosa, material o inmaterial, comprándola; y de este modo los objetos llegan a pertenecernos independientemente de todo esfuerzo creador propio. Del mismo modo, consideramos nuestras cualidades personales y el resultado de nuestros esfuerzos como mercancías que pueden ser vendidas a cambio de dinero prestigio y poder. [...] se concede importancia al valor del producto terminado en lugar de atribuírsela a la satisfacción inherente a la actividad creadora. Por ello el hombre malogra el único goce capaz de darle la felicidad verdadera – la experiencia de la actividad del momento presente – y persigue en cambio un fantasma que lo dejará defraudado apenas haberlo alcanzado: la felicidad ilusoria que llamamos éxito."  
E. Fromm, El miedo a la libertad.


En el muro, junto a él, podían leerse las palabras que transcribo a continuación sin alteración alguna:

    "Atendiendo a un sentir que me llama constante desde muy dentro del cuerpo, considero tener pleno derecho para perderme a mí mismo si así lo deseo, porque soy el único portador de esta piel que me hace sentir el mundo y me envuelve la existencia. Sólo vivo en mí, me encuentro en un lugar que nadie más puede ocupar, ni siquiera luego de mi muerte.

Reclamo total potestad sobre mi persona, para lo mejor y para lo peor, para bien o para mal (si es que existe Bien o Mal). Soy el único responsable de las consecuencias de los actos que realizo o dejo de realizar. Nadie más puede habitarme o entender por completo los móviles de mi voluntad.

No acepto que sin pedirla se me otorgue la calidad de ciudadano... por estos días tal palabra significa aceptar que los llamados humanos, seres supuestamente libres y creativos, se transformen en dóciles bestias compulsivas, convencidas de pasar sus días y sus años trabajando para hacerse de muchas cosas inútiles, viviendo bajo el embrujo del dinero a la vez que rinden culto y cuentas al rey que hipoteca anhelos y otorga créditos para incentivar el consumo.

Renuncio a ser alguien cuya obligación es competir en el mercado por el gusto del público. Competir convierte a los otros en rivales (seguramente un rival no es un amigo). Competir es participar del incomprensible afecto que tienen algunos por ser tratados como objetos susceptibles de calificación. 

Un sinfín de ocasiones participé del vertiginoso deseo sin propósito que habita en las almas sedientas de olvido. Un sinfín de ocasiones cambié la desnudez de mi rostro por máscaras fabricadas para dar vida a un supuesto yo que ahora reconozco tan ficticio y poderoso como un mito...  Ahora mismo acabó la función."



II. La vida en el cuerpo.

Sucede aquí
un ardiente palpitar de visceras,
la vida se resuelve, actúa y sucede en este cuerpo que soy
sin intervención alguna de mi parte
sin que a ello pueda resistirme:
respira cuando respiro, crece en mis cabellos, habita mis deseos,
me interpela en el hambre y en el sueño.

Soy yo a la vez que no soy yo
sin que exista en este hecho contradicción alguna, ni poca sorpresa.



III. Rodar cabezas.


Quería una vida segura, deseaba sentirse libre de sobresaltos. Su espíritu era de aquellos que disfrutan con la cómodidad que encuentran en la costumbre de acatar las órdenes de aquellos a quienes consideran sus superiores. Evitaba a toda costa tomar sus propias decisiones y cuando tenía que hacerlo sufría sobremanera y entonces no podía dormir. Amaba las jerarquías, creía que eran necesarias para mantener el orden que cualquier persona cuerda como él, así lo decía, debía desear forzosamente. Cuando le veía pensaba que su alma albergaba un sospechoso e inmenso orgullo que le hacía sentirse fuerte y agresivo, era capaz de despreciar a los demás sin miramientos y sin embargo era dócil con los que tenían un puesto más elevado en el trabajo o más dinero. Alguna vez se le oyó decir que en este mundo cruel para avanzar hay que cortar cabezas, que era una condición para sobrevivir; que cada uno se rasque como pueda, afirmaba con decisión, no hay excusa para ser débil ni hay que emplear tiempo en ocuparse de los demás, ni en escuchar o prestar atención a lo que le suceda a ningún otro.

Cada mañana iba a trabajar y al atardecer regresaba a su casa a ver televisión; cada noche se quejaba consigo mismo del cansancio que sentía, así como de constantes dolores en lo pies, dolores que se acentuaban sobre todo cuando alguien lo visitaba y podía hablar con alguien más acerca de ellos. Un día tras otro, todos eran iguales. Se levantaba a las cinco de la mañana. Sin prender la luz de la habitación (en este lugar a las cinco de la mañana todavía no amanece), abría la ventana y se quedaba mirando las copas de los árboles, las luces prendidas en la lejanía, el cielo obscuro, las casas vecinas. Tomaba un baño, se vestía y salía de su casa sin haber probado alimento. No se ocupaba de cosas como hacer la cama; rara vez usaba la cocina, que era un lugar en donde se veían por doquier montones de trastes sucios, a veces casi todos los que tenía, y cuyas paredes lucían un color verde pálido, además de algunos recortes tomados de periódicos y revistas, que acostumbraba pegar en los muros con cinta adhesiva. Llegaba al trabajo, bebía café, se aburría, pero hacía lo que tenía que hacer; a las doce del día paraba media hora para salir a la calle y comprar una torta de milanesa y un licuado de papaya. Comía en el mismo lugar desde que había tomado ese trabajo y siempre mostraba la misma actitud impersonal al ordenar sus alimentos, como si nunca hubiera estado antes ahí. Al terminar el día, cumplido el trabajo, regresaba a su casa y en el camino compraba algo más para comer; al llegar al lugar donde vivía, tras cerrar la puerta de la entrada encendía el televisor y no lo apagaba sino hasta que se iba a dormir.

Un día, que podía haber sido como otro cualquiera, la rutina se rompió. Regresando del almuerzo notó que en su escritorio faltaba el texto que había estado revisando antes de salir a comer. Entendió todo cuando lo mandaron llamar.  Tuvo que aguantarse las ganas de vomitar causadas por el vértigo que sintió en el estómago al escuchar la voz seca del supervisor informándole que por órdenes de la gerencia lamentablemente tenía que abandonar su puesto; es por la falta de productividad, escuchó decir al informante que le anunciaba su situación. Para nada le sirvió recordarle al supervisor todos los años que había colaborado para la empresa, el hombre lo miró con frialdad y le dijo que negocios eran negocios, que no lo podía ayudar. Sintió ira, pero no la descargó contra el supervisor, sino contra un perro que encontró en la calle, al cual pateó con todas sus fuerzas haciendo que el animal saliera corriendo y aullando. Sintió pavor al pensar que había sido despedido del único lugar en el que realmente se sentía seguro, que dejaría de hacer lo que había hecho durante tantos años. Lo que le resultó más alarmante que la noticia de su despido fue darse cuenta del hecho, para él terrible, de que se encontraba repentinamente libre para hacer lo que deseara.

miércoles, junio 09, 2010

Apuntes para una conversación a cuatro voces.

PRIMERA VOZ – ¿Cómo recuperas lo que nunca has tenido?

SEGUNDA VOZ – Si no lo has tenido no lo puedes recuperar de ninguna manera.
Aunque si no lo has tenido entonces puedes conseguirlo.

TERCERA VOZ – ¿Cómo sabes qué es lo que quieres tener?

PRIMERA VOZ – Quiero tener amor y tranquilidad.

CUARTA VOZ – ¿Amor?

TERCERA VOZ – El amor no puedo conseguirlo fuera de mí; el amor que no nace de mi pecho es un sentimiento casual, volátil, difícil.

SEGUNDA VOZ – Sólo es eterno el amor que le tenemos a la vida por el misterio que representa y por su magnificencia .

CUARTA VOZ – ¡Alabado seas Baruch Spinoza!

TERCERA VOZ – ¿cómo sabes qué es lo que quieres tener?¿Qué haces para tenerlo? ¿Tener algo te da tranquilidad? Ya bien decía Marx que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

SEGUNDA VOZ – ¿Tener? ¿Qué es tener? ¿qué significa? Sólo me tengo a mí, y no soy inmortal en este mundo.

PRIMERA VOZ – ¿Qué tengo para mi? ¿Quiero tener algo?

TERCERA VOZ – Tener. Me tengo a mí más no al infinito incognoscible que existe fuera de mí. Y además, ¿Qué significa “tenerme”? ¿En verdad me “tengo”? Supongo en todo caso que, más que tener, contengo un infinito, otro, en mí; es el abismo que habito, donde existo como las estrellas encima de mi cabeza, y debajo de mi cabeza.

TODAS LAS VOCES – ¡Vivimos en la espesura estelar! ¡Estamos rodeados de estrellas!

CUARTA VOZ – ¡Y rodeados de pobreza, corrupción, violencia, envidias, intrigas, celos, mentiras , autoengaños, guerra…! “El hombre es el lobo del hombre”.


(Silencio de cuatro minutos. 1, 2, 3 y 4 sacan distintas cosas de una maleta y de otros contenedores: una jaula, una planta, un sombrero, un paraguas, un mapa, una llave, una pistola, una máscara antigases, un periódico, una revista pornográfica, una Biblia, etcétera.)

PRIMERA VOZ – Tener. No somos dueños de nada. Nada nos pertenece, excepto la voluntad de hacer algo distinto con nuestra vida.

SEGUNDA VOZ – ¡La vida!

TERCERA VOZ – ¡La vida! ¡La vida!

CUARTA VOZ – Mañana despertaré con la noticia de que la ausencia de tu cuerpo en mi cama será definitiva.

SEGUNDA VOZ – Mañana las nubes se formarán en el cielo y tal vez la lluvia que todos esperan caerá tempestuosa, a borbotones, sobre todas las cabezas desnudas.

TERCERA VOZ – Mañana la sangre seguirá corriendo en las venas de los vivos, surgirán flores de la tierra, habrá sucesos de los que ningún humano será testigo.

CUARTA VOZ – Habrá sucesos cuya existencia no conoceré. La realidad me supera... Me parece que hay una plaga en esos seres pretenciosos que simulan conocerlo todo y terminan siendo ridículos cuando se dan cuentan de que no saben nada de nada... Mañana...

PRIMERA VOZ – ¡Mañana es ahora mismo, mañana es el abismo, un pretexto, un afán de promesas!

CUARTA VOZ – Mañana se desvanece en una puesta de sol, no hay asidero (ya lo han dicho: caemos…) ¡Viva Altazor y su paracaídas y su parasubidas!

TERCERA VOZ – El vértigo de la vida, lo incesante de su cambio.

SEGUNDA VOZ –Mañana nacerán otros mundos… Ahora mismo están naciendo, estallan y se esparcen. Mientras algunos nacen otros mueren o se vuelven otra cosa. Poniendo atención en estas palabras mañana nace ahora mismo.

CUARTA VOZ – Hablemos de lo hermoso de las flores, de las increíbles formas que hay en sus delicados pétalos; alabemos a los astros, porque en verdad su presencia en el horizonte es un enigma magnífico. Pero también pongamos a consideración, discutamos aquí, nuestra condición humana.

PRIMERA VOZ – Alabamos a Altazor, el mago del parasubidas pero luego, en secreto y al mismo tiempo, odiamos a nuestro vecino, pensamos que la vida y las personas son meros objetos que nos pertenecen, nos creemos superiores a los demás o simplemente no pensamos en los no sé cuántos millones de personas que nunca oirán de Altazor ni el nombre, porque están tan lejos de Huidobro como lejos están de saber leer o de dejar de tener hambre...

SEGUNDA VOZ – ¿Amamos libremente o debemos poseer algo que amar?

TODAS LAS VOCES – ¿Qué es el amor?

CUARTA VOZ – Todo sucede ahora mismo, la vida y la muerte, la guerra y una fiesta, la alegría y la tristeza. Ahora mismo tenemos todo, ahora mismo tenemos nada.

PRIMERA VOZ – Somos fenómenos ¡Espectáculos!, ”Seres humanos”, !lame culos de nosotros mismos! Autocomplacientes, lascivos, inconstantes, incongruentes… Somos magníficos, repulsivos, destructivos, majestuosos.

TERCERA VOZ – Es junio de 2010, algún martes... ¿Decir esto tiene sentido? !Pero qué afán de medir y nombrar el tiempo!

CUARTA VOZ – Ahora mismo hay una inmensa mancha negra que se expande en el mar, que avanza por el océano. En el Golfo de México el petróleo y la ambición envenenan el agua !Gran estupidez humana! !Desastre! !Un tremendo desastre!

lunes, mayo 31, 2010

Infinita.




Encima de nuestras cabezas, dijo, todo se mueve. Encima de nosotros y a nuestro alrededor todo se mueve, y cuando lo pienso, dijo, me cuesta trabajo entender cómo ante eso que es tan evidente algunos podemos ser tan insensibles, egoístas e ignorantes, hasta el grado de creer que las cosas y las personas que conocemos seguirán estando ahí cada día, inmutables, sólo porque sí, como si bastara nuestro ridículo capricho de querer poseer lo que no tiene dueño. Y luego, de todos modos, dijo, en cualquier instante, de un vuelco se borra todo lo conocido y te das cuenta que el terreno ya no es el mismo después que ocurre un temblor. Siguió diciendo que lo más fácil es ignorar el movimiento de las cosas, negar que el cambio ocurre y seguir esclavos de una imprudente y mediocre comodidad que nubla la visión y pone límites a la acción. Luego de un rato se volteó hacia mí, y me preguntó muy seriamente, viéndome a los ojos: Contéstame – dijo – ¿Alguna vez has sentido que eres infinita?.

No supe que decir, sinceramente su pregunta me sorprendió, y luego, de golpe, sin saber por qué, recordé las profundas noches que pasé en el desierto contemplando encima de mí el abismo estrellado, escuchando de tanto en tanto los lejanos sonidos producidos por los vagones del tren corriendo sobre las vías, viajando hacia otros destinos, hacia paisajes para mi desconocidos; recuerdo que sobre mí las estrellas se movían tan rápido que el horizonte cambiaba a cada minuto a medida que la noche partía un poco más. El desierto y su vastedad me llevó a pensar en lo diminutos que somos los seres humanos, y en lo enormes que somos, ambas cosas al mismo tiempo. Imaginé un paseo a pie por las montañas, vino a mi mente la idea de que las plantas crecen sólo porque sí. Pensé en galaxias, en tortugas desovando sobre la tibia arena blanca. Pensé en un caracol y en la marea golpeando la playa; pensé en que es muy cierto que nada deja de moverse, que todo cambia. Me acordé del color de los hongos que crecen en agosto cerca del volcán. Infinita. Es una maravilla que las palabras pretendan atrapar lo inefable. Infinita.

No contesté la pregunta. Sentirse infinita. Voltee, vi su rostro y sus ojos grises me miraban; recosté mi espalda sobre el sillón y cerré los párpados. Sentí y callé, mientras la noche partía un poco más.

jueves, marzo 18, 2010

Tiempo libre...
















¿Por qué medir el tiempo?

Preguntamos incrédulos al capitán; más bien, quien formuló la pregunta fue Adan, cuya voz era el eco de la conversación que habíamos tenido hacía poco tiempo. Sin esperar respuesta, Adán siguió diciendo que en todo caso no era lo mismo vivir en estas profundidades que vivir en la superficie, ya que, por ejemplo, aquí, nuestra percepción del transcurrir no está acompañada de la luz natural. Se quedó pensando un momentito y después conjeturó que si los humanos no fuésemos seres de la superficie sino habitantes de este inmenso paraje acuoso donde no cabe hablar de días o noches, donde la existencia se experimenta sin la luminosidad del sol cuyos rayos no penetran hasta este mundo, entonces, seguramente, tendríamos una idea muy distinta de la temporalidad.

–[1. El tiempo no es el mismo tiempo en todos lados; 2. Puede decirse que el tiempo no es el mismo tiempo para todos los seres; 3. No hay un tiempo único para toda la humanidad; y, 4. Hay un tiempo distinto para cada ser humano]–.

Hipotéticamente – Adán hablaba muy convencido –, suponiendo que decidiéramos quedarnos a vivir aquí, por las ventajas que ello tendría para el trabajo que hacemos; si decidiéramos no volver más a donde están nuestras casas, a la tierra firme, seca y tocada por la luz solar; al permanecer aquí, en forma paulatina, nuestra percepción del tiempo se iría volviendo distinta a la que tenemos ahora. Es más – agregó emocionado –, podríamos poner en marcha la idea de crear nuestro propio calendario y nombrar el transcurrir de otras maneras, que nunca se repita, nunca más, un lunes o un sábado, que cada instante sea absolutamente nuevo, hasta en el nombre.

Adán calló, todos callamos, no se por cuanto tiempo. Entonces, de repente, hablé, y dije que si nos quedásemos aquí, a vivir, y que si luego otros nos siguieran y pobláramos con estaciones submarinas el fondo abisal, los nacidos en las profundidades ya no sentirían, ni pensarían, ni entenderían el tiempo como todavía lo hacemos nosotros. Luego sonreí, porque me alegré al pensar que nunca más escucharía villancicos, esas canciones que cada supuesto fin de año encadenan en sus letras, gracias a su hechizo de palabras, el transurrir del tiempo que vuelve engañosamente a ser el mismo: otra vez navidad, otra vez los peces que beben en el río, otra vez los pastores, otra vez los magos que visitan al recién nacido; una vez más nace el aclamado rey, cuyo mensaje fraterno todos han olvidado... [la navidad es tiempo de gastar dinero, de hacer suntuosas cenas y falsas promesas. En navidad, el amor es lo de menos]... Dije que, por fortuna, podríamos olvidarnos de volver a ver tantos tontos afanes humanos por festejar todos esos días considerados "especiales" por millones de gentes, esos días que las personas celebran cada año, aunque sin saber bien, o ignorando por completo, el por qué de la celebración, festejando, porque siempre ha sido así, por costumbre, sin sentir, una y otra vez. Mejor sería que cada uno celebrara aquellos días realmente significativos pero para su propia existencia, que celebrara aquello que ama, no aquello que le dicen que es bueno celebrar. Volvimos a callar por unos instantes, que la verdad no se si fueron cortos o largos. Luego,emocionado y poniéndose de pie, Adán exclamó:

– ¡Desertemos de una vez! Aunque volvamos a la superficie, aunque volvamos a ver el sol y a pisar la tierra firme, cuando regresemos hagamos de nuestras vidas regiones atemporales, o regiones con un tiempo propio, en donde el transcurrir no sea un círculo vicioso, en donde no se repita el nombre de los días; que no haya manecillas, que podamos experimentar ser libres del absurdo y humano afán por asir aquello que de todos modos se nos va de las manos, como agua entre los dedos... ¡Que el suceder manifieste su absoluta novedad! ¡No aceptemos más hablar de eneros, o de mayos, pensemos sólo en el tiempo nuevo, en amaneceres y noches sin nombre y sin fecha!

Yo creo que Adán estaba experimentando en su interior un gozo y una pasión envidiables. ¡Desertemos! – hablaba como dispuesto a iniciar una revuelta – ¡Demos la espalda a la absurda obsesión humana por la medida y la exactitud, exactitud que de todos modos se nos escapa, porque, paradójicamente, resulta inexacta, incapaz de decir algo cierto sobre el tiempo, porque el tiempo no es su cronometraje! ¡Que cada uno de nosotros sea su propia temporalidad! ¡Vivamos queriendo ser libres de cronómetros, de almanaques!...

Volvimos a callar, no se si mucho o poco tiempo. El capitán, hacía rato que había vuelto su cuerpo hacia uno de los cristales de la nave y en ese momento miraba fijamente el lugar en donde se movían dos hermosísimos y singulares seres, cuyos cuerpos transparentes poseían su propia fuente de luminosidad. Luego, sin volverse, y sin dejar de mirar a las criaturas, dijo con voz calmada:

– Bien. Por ahora se acabó el tiempo libre, ya cada quien sabe lo que tiene por hacer, ¡vamos, todos a trabajar!.

Sólo escuché el mandato, no volteé a ver al capitán cuando dio la orden porque yo también contemplaba con total embeleso a esos dos seres separados de mi por un cristal y un abismo. Pensé en el sentido que para los humanos tiene medir el tiempo; pensé en que si no lo midiéramos, aquí debajo, sin sol, sin luz del día, podríamos enloquecer. Pensé en la locura, en si tenía sentido decir que hay libertad en el sinsentido. Me pregunté qué es la libertad. Miré hacia donde estaba Adán y hasta me pareció que se veía distinto.

Sin excepción, todos permanecimos en silencio hasta la hora de la comida.

sábado, febrero 28, 2009

Hoy.

Sí, después de todo, no le importaba ya ni su nombre, ni por qué o cuándo había llegado a esa ciudad de la que ahora partía sin motivo y abandonando tras de sí las calles que resplandecían bajo una luna que brillaba llena, orgullosa, único alumbrado del camino por el cual partía y dejaba ese sitio donde las personas parecen no observar, mucho menos sentir, cómo la vida se transforma más allá de la pantalla de su televisor.

Solamente entonces comprendía que ya no importaba contar los días, ni pensar a cuántos esquemas había renunciado, cuántos hábitos mudados, igual que pieles que ya no alcanzan a cubrir la extensión del cuerpo y sólo entonces se caen, como los envoltorios de una serpiente que es otra de tiempo en tiempo en su reptil metamorfosis.

Los rostros aunque siempre distintos, los veía todos iguales: animales humanos a montones, algunos sin tener de qué hablar; otros, enredándose en eruditas y absurdas peleas útiles para demostrar quién sabía más de cosas que, al final, resultaban ser sólo montones de palabras valiosas para inflar los egos como colas de pavo real, pero con menos colorido, y sin sentido.

Atrás se quedaba el ruido de los vecinos que vivían arriba del que fue su pequeño cuarto, y los gritos de los niños que antes de saber lo que significa crecer sueñan ya con ser adultos. En días como esos recordaba las palabras de un extraño que una vez le habló de las estrellas y de cómo la vida de algunos parecía a veces un monstruo ávido, insaciable de deseos que sólo los llevaban a perderse a sí mismos...

Lo que es y ya no es
todo en un mismo instante
punto por punto
otro tramo recorrido
tiempo que inagotable se agota
extraña paradoja
La eternidad y el instante.

– Me gusta ver mi reflejo en tus pupilas. Le decía, mientras él le tocaba el sexo y cerraba los párpados dejándola sola, ya sin reflejo, volcada en las sensaciones que le producían los atareados dedos hasta dejarla sin aliento.

Dejó de pensar en la muerte que no llega todavía pero acecha siempre, paciente, segura de su inminencia y de su certeza, de su necesidad absoluta. Solamente entonces comprendería que nada es en vano y que no había nacido sino para estar sola, fuera del mundo aunque en él, ausente y ajena: ni hijos, ni Dios, ni hombre por quien llorar, ni promesas que cumplir a otros, ni tierra que reclamar más que su propio cuerpo, su propia extensión de piel y huesos, cabello y sangre, humores y sueños...

Otro día se había agotado, seco y caluroso; la lluvia golpeando la superficie del mar era ya sólo un recuerdo. Voltea a ver su imagen reflejada en el cristal de la última construcción que habrá de ver:

–Me gusta ver mi reflejo en mis pupilas. Dice, abriendo aún más los ojos, y sigue.

miércoles, enero 21, 2009

Liberación Femenina...



Nunca antes lo había visto y sin embargo una sola seña, una inclinación de cabeza bastó para que lo siguiera hasta la esquina por donde luego se alejarían del punto donde la avenida se convierte en un vertedero con cuatro vías de escape automovilístico hacia distintos puntos de la ciudad. Una sola seña y ella había picado gustosa, un pez que no desconfía del anzuelo y muerde. "Resistirse" sería raro, porque está convencida de que no hay algo extraño en acceder a las demandas sexuales de casi cualquiera. Aceptaba porque sí, sin preguntarse nunca por la razón que la llevaba a hacer que su vida girara en la preocupación por complacer a otros, por estar disponible; por ser "conquistada". Pasaba de los veinte años, pero ya desde un poco después de haber cumplido los trece tenía una tremenda curiosidad respecto al sexo – había oído hablar de ello por todas partes – y mientras sus amigas jugaban carreras o daban paseos en bicicleta ella deseaba ser grande y verse "sexi" – aunque no entendía lo que esa palabra quería decir. Sexi, igual que las chicas que tenían éxito y cantaban en la televisión.

A Luz la inquietud se le gastaba en buscar al hombre que se haría cargo de ella, aunque sin empacho asegurara ser una mujer liberada; y es que, al fin y al cabo, ¿cómo decir que no a alguien que la salvase de sí misma?

– !Ay, Luz! ¿Para que quieres estudiar? – decía su madre cuando Luz era una casi adolescente y todavía le gustaba leer durante horas alguno de los pocos libros que había en su casa.
– Mejor empéñate en bajar esa barriga y así algún día podrás casarte con alguien que te saque de aquí, alguien que trabaje para tí. Porque una mujer sirve para parir a sus hijos y pelear por su marido. !Recuerda a cuántas "gatas" me he chingado por andar de coscolinas con tu padre!...

Luz escuchaba mientras su madre le decía estas palabras sin voltear a verla, mientras le hablaba y mantenía la vista fija en la pantalla del televisor. Y desde entonces, sin pensar nunca el por qué de sus motivos, Luz busca en cada hombre la posibilidad que cumpla tal predicción. Sin importar por quién o cómo ella se deja enamorar – o se enamora – del primero que la mira con algo de condescendencia. Su abultado vientre le recuerda que si quiere ser feliz tiene que estar delgada y buscar un marido. No le importa estar inscrita en la universidad, no sabe por qué está estudiado y evita pensar, vive el momento.

Salen del bar. En la esquina suceden algunos besos y más caricias; él le habla muy cerquita y ella siente asco cuando el hombre la toma del cuello con las dos manos y le dirige el rostro hacia el miembro erecto. Pasan minutos que a Luz le parecen horas. No la desnuda, le toca el sexo, le habla sucio, no la mira. Eyacula y la olvida. Ella se despide, no quiere ir con él cuando le dice que la lleva a su casa. Regresa al bar, divertida en su solitario afán por huir de sí misma y en busca de alguno que la trate como reina, y la mantenga, y la haga "su mujer". Alguien que la libere. Alguien que cumpla las palabras de mamá.